Revista Anfibia | «Tecnologías ancestrales y algoritmo verde. Borrar mis datos, ¿por qué no?»
Colaboración Anfibia FAIR
25 de octubre de 2023
Por: Marina Otero | Arte: Javiera Cisterna Cortés | Fuente: Anfibia Chile
Datos, espacio, almacenamiento, vacío, memorias. Información, recuerdos, apuntes, postales. La producción y almacenamiento de información digital alcanza un volumen sin precedente. La demanda de almacenamiento de datos podría dispararse hasta un 50% a fines de esta década. Cuál es su impacto en la memoria patrimonial social, en el medioambiente, en las relaciones neocolonialistas, en nuestras subjetividades. Marina Otero propone “deshacernos de nuestros datos mediante procesos de duelo” e implementar nuevos paradigmas para la producción, consumo y almacenamiento de información digital.
El MCHAP 0780 es el mayor quipu expuesto en el Museo Chileno de Arte Precolombino de Santiago. Lo encontraron en un cementerio inca de Arica. Fechado en 1500, este sistema de registro de información utilizado por los incas está compuesto por 586 cordones anudados de fibra de camélido, organizados en 8 secciones de 10 conjuntos, cada uno con hasta 13 subniveles que contienen 15.024 unidades de datos cuyos significados aún se desconocen. Los funcionarios del Estado los fabricaban para almacenar registros de censos, cuentas, genealogías, poemas, canciones y hasta hazañas de personajes destacados. Así, transferían información por todo su territorio. Cada cuerda refleja millones de combinaciones diferentes de color, tipo de fibra y dirección del nudo para albergar una enorme variedad y cantidad de conocimientos. Estas secuencias crean un sistema de codificación cuya organización matemática anticipa las operaciones de un ordenador.
A lo largo de la historia, los imperios han dependido de las redes de comunicación para hacer circular los productos, la información y el conocimiento, gestionar los recursos y sus complejas organizaciones sociales. Para el imperio inca, el quipu fue lo que la infraestructura digital es para los mercados globales contemporáneos.
Hoy, que los computadores y centros de datos codifican y procesan inmensas cantidades de información -a costa de consumir cantidades ingentes de energía, agua y emitir grandes volúmenes de CO2-, los quipus siguen siendo prácticamente indescifrables. Si pudiéramos leer las historias que se guardan en sus nudos, transformarían nuestra comprensión del imperio inca y su organización social. A falta de registros escritos, su historia ha sido contada principalmente por los colonizadores españoles, que impusieron la escritura hispana por sobre aquel sistema de cuerdas. Más tarde, hacia 1570, los quipus lograrían el reconocimiento colonial como registros y comenzarían a ser admitidos en contextos jurídicos y administrativos. Sin embargo, los quipus también proporcionaron estrategias para la resistencia de la población local contra el dominio colonial, subvirtiendo la imposición católica de la confesión o facilitando la planificación de levantamientos a través de mensajes ilegibles para los funcionarios coloniales. Episodios similares desencadenaron lo que se ha descrito como «el miedo del colonizador a la cuerda anudada», que finalmente desembocó en la prohibición del quipu por la Iglesia Católica en 1583, durante la Tercera Sesión del Concilio Provincial Limense. No sobrevivieron muchos. Y a pesar de su transcripción ocasional, estos registros no se conservaron junto con los quipus o sus ilustraciones, por lo que las relaciones entre las cuerdas y su significado resultan hoy ilegibles.
La infraestructura digital actual se ha señalado como la llave para desvelar los secretos de los quipus y protegerlos del paso del tiempo. Los más de 850 quipus digitalizados en todo el mundo constituyen una base de datos que podría estudiarse recurriendo a algoritmos informáticos entrenados y a macroanálisis. Del estudio de estas reproducciones y simulaciones podrían surgir patrones y similitudes que estudiarían antropólogos, arqueólogos, historiadores, lingüistas, matemáticos. Sin embargo, la atracción por su naturaleza enigmática y el deseo de desentrañar esas crónicas del pasado andino recurre a las mismas lógicas que ponen en riesgo los paisajes y comunidades indígenas y locales. Los esfuerzos académicos y científicos por archivar, digitalizar, analizar y descifrarlos forman parte de un linaje histórico que conecta con el orden colonial europeo y su genocidio material, cultural y epistemológico. Transformar los quipus en bases de datos implica someter, una vez más, el conocimiento y la cosmovisión indígena. Lo que fue destruido por la colonización no fue sólo el conocimiento para codificar y descodificar los quipus, sino las relaciones sociales y culturales organizadas en torno a ellos, dejando los cordones supervivientes como significantes vacíos y pruebas de la violencia del borrado desplegada por el colonialismo.
Algún día nuestros datos serán quipus
Con el tiempo, nuestros archivos digitales se vuelven indescifrables como los quipus. Si dejáramos una carpeta de fotografías en un dispositivo de almacenamiento durante años, la percepción del código que permite leer la información de los archivos por parte del ordenador cambiaría, volviendo esos datos ilegibles. La corrupción y desaparición de datos demuestra la interconexión entre los reinos digital y físico. Con el tiempo, nuestros millones de archivos correrán la misma suerte que los ecosistemas afectados por las prácticas insostenibles de su almacenamiento.
Desde el miedo a la pérdida, la mayoría de las innovaciones científicas para el almacenamiento de datos impulsadas por el mercado mantienen la promesa vacía de conservar la información inalterada por el paso del tiempo. Pero no reconocen que los centros de datos, como los archivos, están inmersos en estados de proliferación y decadencia. La memoria no es lo que se contiene y almacena, sino una práctica que implica actos de recuerdo y olvido.
La descomposición de los datos nos recuerda la fragilidad del mundo digital y físico, de nuestros entornos, cuerpos e historias. En lugar de aspirar a un medio de almacenamiento que permita una acumulación ilimitada, abogo por una práctica que reconozca nuestra dependencia de los datos y nos acompañe en procesos de desprendimiento, pérdida, duelo por datos digitales, individuales y colectivos.
Del mismo modo que lloramos la pérdida de objetos físicos, lugares y personas, dejar ir los datos también requiere un proceso de duelo que reconozca su significado emocional y cultural. La obsesión por las copias de seguridad no reconoce que cualquier archivo se renueva continuamente mediante prácticas de mantenimiento, que los significados se actualizan y que recordar concierne simultáneamente a la generación de conocimiento y a su pérdida. Es a través de estados de descomposición y recomposición de información como surgen significados futuros antes inconcebibles que superan las intenciones e interpretaciones de quienes depositaron y almacenaron archivos. Aquellos como nosotros.
Si no lo conseguimos, en cualquier caso los errores y las mutaciones los alterarán con el tiempo, dejando espacio para desarrollos inesperados e inteligencias emergentes que trascienden cualquier propósito aparente para los humanos sin por ello convertir estos conocimientos en irrelevantes. A medida que nuestros cuerpos desaparezcan y nuestros datos se conviertan en un detrito sin aparente sentido, nuestras historias serán recordadas vagamente por bacterias, virus y máquinas.
Pactos de memoria
En su visita a Chile a inicios de este año, Marina Otero compartió estas reflexiones e inquietudes. Ese día conversó con el arquitecto Nicolás Díaz y diferentes asistentes al encuentro In.FAIR en Campus Lo Contador de la Universidad Católica. Entre colegas, estudiantes y personas curiosas se abrió una conversación sobre cómo dejar ir los datos. Aquí los principales ejes que surgieron.
1. Datos
“Entre 2012 y 2022, la Biblioteca Nacional de Chile recibió un millón doscientos mil libros que ocupaban 15,600 estanterías. En cuanto a la información digital, el 2020 como sociedad producimos 3.5 quintillones de bytes por día, es decir, un número con dieciocho ceros. Necesitaríamos 900,000 discos, cuatro salas llenas de discos para almacenar lo que se produce en 24 horas -interviene Nicolás Díaz.
Díaz comenta que a lo largo de la historia han habido museos, archivos y bibliotecas que han intentado preservar la información de la humanidad. Estos edificios tienen un propósito claro: la biblioteca nacional almacena el patrimonio escrito por los chilenos. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a los centros de datos,ocurre algo diferente: nunca se considera una institución pública, por cuestiones de soberanía.
Es interesante, comenta Marina Otero, que no haya una definición clara de qué es un centro de datos. Esto nos permite repensar sus espacios, relaciones y funciones. A pesar de su aparente banalidad, los centros de datos son fundamentales para las actividades actuales y futuras. La catástrofe climática obliga a reinventar cómo se gestionan, producen, circulan y almacenan los datos si la industria quiere cumplir las promesas de la IA, el Internet of Things y el metaverso sin provocar un colapso planetario. Curiosamente, cuando parece que hemos llegado al límite de nuestro mundo compartido y somos conscientes de los peligros de equiparar progreso a crecimiento infinito, nos refugiamos en el mundo digital donde la promesa de posibilidades infinitas sigue presente. Es un mundo que se imagina como un espacio sin límites: la nube, donde todo es posible.
La producción y almacenamiento de información digital alcanza un volumen sin precedentes. En su informe «¿Cuánto no es suficiente?», Gratner se refiere a una Zona de Insuficiencia Potencial y estima que la demanda de almacenamiento de datos podría dispararse hasta un 50% entre 2020 y 2030. Esta superproducción de información está destinada a crear la posibilidad de futuros alternativos en la ciencia, la salud, la organización de la ciudad, la computación, la exploración espacial. Pero al superar las posibilidades de almacenamiento actuales, su impacto energético y pone en peligro el único mundo que habitamos.
Los gobiernos, presionados por las comunidades locales, los movimientos ecologistas y el aumento del precio de la energía, han empezado a imponer controles. Varios hubs de centros de datos, entre ellos países como Singapur y los Países Bajos, han implementado prohibiciones temporales a la construcción de centros de datos debido a su excesivo consumo, que afecta negativamente a los residentes cercanos. Estos y otros episodios demuestran la importancia de exigir nuevos paradigmas para la producción, el consumo y el almacenamiento de datos, modelos ecosociales para las infraestructuras digitales. Empresas, universidades y gobiernos colaboran para desarrollar modelos alternativos: sistemas de reutilización del calor y el agua, centros de datos submarinos o en el espacio; sistemas de almacenamiento de datos en hologramas, tintes fluorescentes, cristales y ADN; macrocentros que ceden terreno a la computación descentralizada y a los microcentros; computación cuántica. La mayoría de los nuevos modelos, sin embargo, asumen la inevitabilidad de una producción de datos cada vez mayor. Y, a su vez, alimentan la extracción de más recursos, la colocación de nuevos cables submarinos, la construcción de más centros de datos, la producción de más baterías, a menudo en detrimento de las comunidades locales de todo el mundo.
Para concebir otros modelos necesitamos criterios y consensos de cómo clasificar y guardar los datos, durante cuánto tiempo, para qué o para quién. ¿Realmente es necesario que almacenemos tantos videos de gatitos? A mí me parecen documentos imprescindibles de nuestro tiempo, pero para muchas otras personas pueden ser ciertamente prescindibles. Entonces ¿quién toma la decisión final? ¿Y mediante qué proceso? Los museos, los archivos, las comisiones de patrimonio, nos pueden ofrecen ejemplos de procesos en los que se decide qué guardar y qué no.
Además de ciertos rituales, me interesa especialmente establecer prácticas institucionales alternativas para el manejo de datos, que en lugar de depender de grandes corporaciones, lo hagan de colectividades autoorganizadas. Pensemos en una comunidad que gestiona sus datos a nivel de barrio, y que está conectada a otras similares. Me encantaría trabajar en un proyecto piloto que considere la información como un bien distribuido por la ciudad y que cada uno de nosotros sea responsable de cuidarla, de darle espacio en nuestra cotidianidad a través de formas de hacer y sus respectivas estructuras sociales.
2. Los límites
También estoy a favor de trabajar con resoluciones más bajas, argumenta Marina Otero ¿Por qué no pensar en la velocidad y la resolución como armas políticas, estéticas y ecológicas? ¿Qué ocurre si consideramos trabajar de otra manera?
3. El duelo
“¿Cómo queremos vincularnos con esta identidad en expansión? ¿Cómo especular sobre otras formas de relacionarnos con lo que está más allá de la interfaz? -interviene Martín Tironi, sociólogo y director del Núcleo Fair. Y agrega: “El duelo de los datos va más allá de la relación con los datos. También se relaciona con ciertas infraestructuras del capitalismo, la noción del progreso y la modernización, pero que ya no son coherentes con nuestra realidad.”
Ante estas reflexiones, argumenta Marina Otero, creo que no debemos ser catastrofistas ni conformistas, pero sí tener en cuenta que habrá procesos, territorios y formas de vida que desaparecerán. Y necesitamos desarrollar prácticas de memorización y olvido, así como rituales que nos ayuden a procesar ese duelo. Es necesario abandonar hábitos, procesos, productos que no responden a los retos ecosociales a los que nos enfrentamos. Tomar estas decisiones puede ser difícil, pero es necesario reconocer la importancia estratégica que tienen.
El duelo es algo muy humano, pero ¿qué sucede si lo situamos en otro contexto, en otras ecologías en las que los humanos tenemos un papel fundamental? Podemos especular con que muchos de estos servidores y medios que almacenan información, como el ADN artificial, seguirán existiendo incluso más allá de la presencia de la especie humana en el planeta. Ese detrito de información, una amalgama compuesta de elementos orgánicos e inorgánicos, de datos que ya ha perdido el sentido que le dimos al concebirlos, se convertirá en algo sobre lo cual bacterias, virus o inteligencias artificiales construirán una realidad nueva, otro tipo de conocimientos. Ellas serán, tal vez, las que enfrentarán el duelo por nosotros los humanos. Nuestras memorias se convertirán en un material de trabajo para esas entidades que nos sobrevivirán. Me parece bonito pensarlo de esa manera: nos hace aún más pequeños y vuelve nuestra obsesión por el almacenamiento algo banal.
4. Futuro
Chile es uno de los países más interesantes para analizar el futuro de las industrias digitales. Es territorio estratégico por la cantidad de conexiones de cables con otros territorios, como el Pacífico, Estados Unidos y Australia. También es importante la percepción de seguridad y estabilidad del país desde el exterior, algo fundamental para las grandes compañías que estudian establecer infraestructuras aquí. Sin embargo, tener ciertas condiciones y recursos nunca ha sido una garantía, y es algo que se sabe muy bien en Latinoamérica, para lograr una total autonomía respecto de poderes extranjeros. Esto también ocurre entre regiones de Europa. Recientemente Europa ha intensificado sus esfuerzos para lograr la independencia energética. Para ello es necesario abrir minas de minerales y elementos considerados estratégicos como el litio. Las minas de litio están siendo planeadas y aprobadas, con mucha resistencia de las comunidades locales, en Portugal, España, Serbia y República Checa. Estos son los lugares de sacrificio, mientras que son otros países los que concentran las fábricas de baterías donde el recurso adquiere valor añadido. Estas dinámicas extractivistas y neocolonialistas se producen habitualmente entre el sur y norte globales, uno soportando los efectos ecosociales catastróficos del extractivismo y otros que se benefician de ello.
Y eso lleva a las preguntas: ¿quién debe hacer el duelo por los datos? ¿Los individuos? ¿Cuánta responsabilidad distribuimos por ese exceso? ¿Existen excesos que son más dañinos que otros y tienen un impacto más significativo?
En última instancia, todos salimos perjudicados por las industrias y las prácticas que se basan en el agotamiento de los recursos. Sólo siendo conscientes de estos procesos, y de las implicaciones de una concepción irreal de la infraestructura digital y los recursos como infinitos, podremos también pedir que los que tienen mayor poder de decisión asuman responsabilidades. Y mientras nos veamos a nosotros mismos como individuos y no como colectividades, será difícil tener una posición de peso frente a esos poderes.